En el espacio hace un frío infinito.
Mi espacio ya no está vacío. Me da miedo pero despierta también mi interés. Es raro esto de escribir sabiendo que alguien puede alguna vez leerlo. Es nuevo. Me gusta mantener al margen mi yo del mundo, quien realmente soy del personaje con el que convivo. Mi personaje no es perfecto, pero es infinitamente cómodo: me permite equivocarme y acertar sin una verdadera motivación, sin una implicación absoluta... es como que no va conmigo la cosa y además sólo lo sé yo. Mucho mejor, odio dar explicaciones. Pero mi personaje no sabe leer ni escribir, nunca le enseñé porque no quise que robara mi vida. Mi vida transcurre en el breve espacio de tiempo que sucede entre los inconsecuentes actos y palabras que profiere continua e irrefrenablemente mi personaje y las escasas horas de soledad en las que me deshago de ambos para no perder mi independencia moral, para no ahogarme entre el insulso charloteo de mi persona y la excesiva profundidad de los oscuros recovecos de mi yo atormentado, para no tener que enfrentarme a recuerdos, sentimientos y demás basura emocional. Mi vida, ese mundo paralelo, puede incluso solaparse con las actuaciones de mi persona, que a veces no requieren ni un 15 por ciento de mi actividad intelectual para ser llevadas a cabo, y me dan un amplio margen de movimiento. Sin embargo, mi yo no suele actuar en el exterior, se mantiene refugiado y sólo sale al frío que nos rodea abrigado por letras, sonidos, acordes y demás barullos creativos. Igual es porque es la única forma que tiene de comunicar su ser o igual es porque llegó hace un tiempo a un pacto con mi persona y decidieron repartirse el trabajo. Uno piensa (quizás) y el otro actúa. Uno protege al otro, a fin de cuentas.
Hoy he abierto la ventana y corría frío. Llega el invierno y con él la oscuridad de los cielos grises. El deseo de escapar de las calles heladas, de refugiarse en el silencio tras la ventana y no ser testigo de la nada que nos acecha fuera, de los cambios de humor insondables que acarrea la escasez de luz solar. El cansancio ocular de un día bajo el neón, que se junta al fruncir de cejas cuando el viento maltrata las córneas resecas. El olor de las manos que han sudado la nicotina dentro del bolsillo. La pérdida de unos veinte grados de visión por encima del horizonte urbano tras calar la barbilla en el pecho. La tristeza, la nostalgia, la moquita que resbala hacia el orificio de mi nariz y humedece mis barruntos tan, tan lejos de la cordura. El encierro que no me deja respirar. La oscuridad que me consume.
Sólo hay algo en que estemos de acuerdo los tres. Odiamos el invierno.
En el espacio, dicen, hace un frío infinito.
Mi espacio ya no está vacío. Me da miedo pero despierta también mi interés. Es raro esto de escribir sabiendo que alguien puede alguna vez leerlo. Es nuevo. Me gusta mantener al margen mi yo del mundo, quien realmente soy del personaje con el que convivo. Mi personaje no es perfecto, pero es infinitamente cómodo: me permite equivocarme y acertar sin una verdadera motivación, sin una implicación absoluta... es como que no va conmigo la cosa y además sólo lo sé yo. Mucho mejor, odio dar explicaciones. Pero mi personaje no sabe leer ni escribir, nunca le enseñé porque no quise que robara mi vida. Mi vida transcurre en el breve espacio de tiempo que sucede entre los inconsecuentes actos y palabras que profiere continua e irrefrenablemente mi personaje y las escasas horas de soledad en las que me deshago de ambos para no perder mi independencia moral, para no ahogarme entre el insulso charloteo de mi persona y la excesiva profundidad de los oscuros recovecos de mi yo atormentado, para no tener que enfrentarme a recuerdos, sentimientos y demás basura emocional. Mi vida, ese mundo paralelo, puede incluso solaparse con las actuaciones de mi persona, que a veces no requieren ni un 15 por ciento de mi actividad intelectual para ser llevadas a cabo, y me dan un amplio margen de movimiento. Sin embargo, mi yo no suele actuar en el exterior, se mantiene refugiado y sólo sale al frío que nos rodea abrigado por letras, sonidos, acordes y demás barullos creativos. Igual es porque es la única forma que tiene de comunicar su ser o igual es porque llegó hace un tiempo a un pacto con mi persona y decidieron repartirse el trabajo. Uno piensa (quizás) y el otro actúa. Uno protege al otro, a fin de cuentas.
Hoy he abierto la ventana y corría frío. Llega el invierno y con él la oscuridad de los cielos grises. El deseo de escapar de las calles heladas, de refugiarse en el silencio tras la ventana y no ser testigo de la nada que nos acecha fuera, de los cambios de humor insondables que acarrea la escasez de luz solar. El cansancio ocular de un día bajo el neón, que se junta al fruncir de cejas cuando el viento maltrata las córneas resecas. El olor de las manos que han sudado la nicotina dentro del bolsillo. La pérdida de unos veinte grados de visión por encima del horizonte urbano tras calar la barbilla en el pecho. La tristeza, la nostalgia, la moquita que resbala hacia el orificio de mi nariz y humedece mis barruntos tan, tan lejos de la cordura. El encierro que no me deja respirar. La oscuridad que me consume.
Sólo hay algo en que estemos de acuerdo los tres. Odiamos el invierno.
En el espacio, dicen, hace un frío infinito.
1 comentario:
(Written November 04. 2006)
La pérdida de unos veinte grados de visión por encima del horizonte urbano tras calar la barbilla en el pecho
Muy bueno.
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