viernes, 5 de enero de 2007

A bandazos

A veces las personas me obligan a enfrentarme a mí misma. Lo cierto es que no me gusta pero creo que me hace bien. Observar mi comportamiento con los demás me enseña muchas cosas de cómo soy, de cuáles son mis miedos… aunque la lástima es que por ahora sólo me ha reportado conocimientos sobre mis propios defectos, aún estoy esperando que venga de regalo alguna solución. Eso no lo veo por ningún lado. No me quejo, no, no es eso. Pero me encantaría que cuando me doy cuenta de lo que hago mal, se me ocurriera algo más que: “no lo hagas así”. Me encantaría que me viniera a la cabeza el cómo hacerlo mejor, o como no repetir los mismos errores hasta la saciedad.
Por ejemplo, mi cobardía emocional me impide implicarme con la gente. Ese continuo miedo a que la gente me haga daño hace que nunca abra la puerta del todo. Cierto es que antes ni la abría, ahora al menos la abro un poquito. Pero no sé cómo encontrar un punto medio entre mostrarme tal y como soy, y esconderme del mundo. Si me muestro tal y como soy lo hago a lo burro y asusto a cualquiera. Si no, me siento incómoda y acabo cansándome de la situación y me alejo, perdiendo posibilidades de felicidad por el camino, rodeando la misma posibilidad de que alguien pueda quererme realmente.
Ahora estoy en un punto de estos en los que no sé qué hacer. Quiero ser yo pero tengo miedo a espantar a quien tengo al lado, o incluso de espantarme a mí misma de mi propia persona. Quiero ser yo, pero sin pasarme de mí. Lo que pasa es que no sé quedarme en el punto medio, el del equilibrio. Si empiezo a hablar de mí, a dar esos datos del pasado de uno que explican el carácter, la personalidad… si empiezo a hablar no hay equilibrio que valga. Nada en mi vida pasada ha sido equilibrado. Si no lo explico, no puedo entregarme porque no puedo abrir mis puertas ocultando el interior. Es difícil, vamos, poderse se puede, pero no es especialmente cómodo para nadie andar a tientas por la oscuridad de una casa ajena llena de sorpresas por las esquinas. Y además yo cuando me siento incómoda hago aún más cosas raras que cuando me siento cómoda y en confianza. Al final es siempre lo mismo, o huyo o hago huir. Me quedo sola y sé que, en el fondo, es como mejor estoy.
No sé. Me enfrento a mis mecanismos de defensa y me parecen absurdos desde este lado de la línea, pero sé que cuando me han atacado han sido estos los que me han dado elementos para sobrevivir. Prescindir de ellos sería una locura. Además me haría sentir tan insegura que seguro que sería peor.
Parece que esté dando a entender que es un problema sin solución. No es eso. Aunque es probable que en una vida entera no me dé tiempo a aprender a ser persona, a no andar dando tirones y bandazos. Intento ser mejor cada día, o así. Ocultar la cabeza bajo tierra no aparta los problemas, te los mete por el culo.

martes, 2 de enero de 2007

joder es vivir [22/12/06]

La cercanía de un final
Siempre nos lleva a un principio
Y el principio tiende a convertirse en medio.

Porqué será que al final,
Cuando volvemos al principio,
Acabamos pensando que nada cambia.

Cuando empiece a escasear
El tiempo para recordar los principios
Sabré que llega el final del último de los años.

En invierno la niebla y el frío impiden ver más allá
Por eso en Navidades nos queremos todos tanto
Y nos reunimos a tomar champán.

Las bolas del árbol a través del vaho en los cristales,
El olor de la cena que se prepara por la tarde,
El barullo de la familia que sonríe al comenzar.

El amigo al que fallaste, al que olvidaste, al que dejaste atrás
El familiar al que no devolviste la visita, el trabajo sin acabar
Acaba el año y juras no volver a empezar.


Me ha pedido un colega en el curro que escribiera un haiku, una forma de poesía pseudofilosófica japonesa. La forma más “formal” es algo complicadilla (he dicho que era japonesa ya, no?) pero nosotros lo hemos simplificado y lo hemos dejado en tres versos libres. Fácil. El tema era el fin de año, que engloba millones de puntos de vista. Se puede observar desde un punto de vista más íntimo y retrospectivo, más familiar, más social, más filosófico…¿Cómo elegir uno sólo?
Yo, como soy así, he escrito varios. Primero porque me han pedido uno y me gusta llevar la contraria. Luego, porque me encanta elegir y dar a elegir. Ayer lo hablaba con una amiga, que me explicaba que su fobia a la elección es tal que organiza toda su vida en función de evitar tener que tomar decisiones. Eso la obliga a tomar decisiones iniciales que organicen todo de un modo sistemático y rutinario para no tener que elegir después. Por ejemplo, cuando dobla la ropa que ha recogido del tendedor, lo hace en riguroso orden de izquierda a derecha (bueno, o al revés, que como soy un poco disléxica y la tenía de frente, no te sé decir por qué lado empieza). Del tendedor también la recogió en orden. Incluso cuando camina por la calle, para no tener que decidir por qué calle va, tiene un sistema que organiza los giros y los cruces. Sin embargo, no le gusta la rutina, por eso organiza sus cambios de rutina para que se produzcan solos. Se reía y me decía que lo suyo es patológico. Me planteo que mi sistema, el otro extremo, también lo es. Yo necesito una rutina cerrada para poder romperla en cualquier momento. Tengo la necesidad de llevar la contraria, de hacer lo opuesto a lo que esperan de mí, de hacer justo lo último que me esperaba hacer. Cuando me veo ir hacia un sitio, me encanta darme la espalda y hacer aquello que había descartado. Sólo para joder, en el fondo. Me gusta molestar, desconcertar, descolocar… y la mejor de mis víctimas soy yo misma. Me parece fascinante que a estas alturas de mi vida aún sea capaz de sorprenderme a mí misma. Qué mejor prueba hay de que uno está vivo.
Por eso, joder, es vivir.

(Creo que no hace falta que diga que este post no es de hoy, ni que explique que las juergas y desguaces navideños me impidieron colgarlo cuando lo escribí)