jueves, 4 de diciembre de 2008

invierno es un tipo frío

Otra vez estos capotes encielados, otra vez estos agobios nubosos, este helado friador que desalma ni ánima. Cuán difícil es sonreir en invierno.
La piel tirante de mi cara maltratada por el viento no quiere hacer el esfuerzo de estirarse, oculta tras el impertérrito palestino que no me acompaña a la cama porque temo ahorcarme con él, que si no dormiríamos juntos.
Suena "Enero en la playa"... ójala pudiera hacer ambos viajes, el que me devuelva al mar, y el que me traslade a las noches pegajosas del verano junto al Mediterráneo. A veces me arrepiento de haberme alejado de él. A veces me arrepiento de cosas, pero sólo me dura un rato.
A veces hace tanto frío que me arrepiento de haber vendido el coche en vez de la moto. Es sólo unos minutos, después caigo en que tendría que haber vendido tres motos como la mía para conseguir el dinero que me dieron por el pobre Toledo. Cada vez que me cruzo con uno verde, le busco la matrícula, con la esperanza de volver a verlo. Y no es tontería, a Pedrito (el primero, el corsita) me lo crucé varias veces. Un día lo ví aparcado y me acerqué a preguntarle qué tal. Me habló bien de su nueva dueña. Le dejé una notita en el parabrisas agradeciéndoselo. Cuando vendí a la Golfa en Barna, la seguí buscando por los semáforos, en las rondas... pero no volví a verla nunca más. Aún la echo de menos. Sobre todo en invierno. En verano no añoro en absoluto su refrigeración estropeada durante tres años, que me obligaba a ir con la calefacción a toda leche para que no ardiera el motor; madre mía qué viajecitos a las tres de la tarde que nos daba la tía...
Parece mentira cómo se llega a personificar a estos objetos que nos acompañan en nuestro día a día. Del mismo modo que personificamos a los animales. Del mismo modo que personificamos a los jefes, incluso...
O personificamos las estaciones. Yo con el invierno tengo una "relación" muy difícil. Me quita mucho más de lo que me da. Especialmente en salud. Pero sin embargo, es en este mes donde se acumulan muchas de las fechas que más me gustan. Qué ironía. Mi cumpleaños, las navidades, el año viejo/nuevo, la noche de reyes (que desde que tengo sobrina, vuelve a tener magia), el cumpleaños de mi abuela, la super-cena familiar que ofrece mi madre cual Isabel Preysler de postín... y la festividad de San Valero rosconero, que me encanta por ese nombre tan sonoro y pachanguero.
Así que aquí estoy, con el cuerpo a bajo cero, intentando convencerme de que Invierno en realidad me quiere, pero que tiene esta manera un poco fría de tratarme porque tuvo una infancia terrible y no se expresa con la calidez debida. Pero hay que darle tiempo, en cuestión de unos meses ha aprendido la lección y pasará de soplarme a la cara como si yo fuera un vulgar chucho, a darme cálidos abrazos y lenguetazos en las axilas... mmmm, qué bella imagen.
Os dejo con ella.