jueves, 30 de agosto de 2007

como carne cruda

No consigo concentrarme. Tampoco es que sea una novedad, las mañanas en el trabajo a veces se me hacen arduas. Cuando el sol brilla fuera, el cielo azul resplandece y sé que el frío que estoy pasando se debe al maldito aire acondicionado porque en el exterior hace una temperatura espléndida… cuando aún es verano y ya estoy encerrada me agobio tras las rejas de mi jaula. Tres pasitos para aquí, tres pasitos para allá, un rugido, un empentón contra la puerta, a ver si la pillo despistada y se abre. Y vuelta a los breves pasitos que me permite mi encierro. Intento comunicarme pero estoy sola en mi jaula. Hay más como yo pero están lejos. Aislada, abotargada, anulada… Quiero tener la libertad de disfrutar de mi tiempo pero la vida en sociedad exige mucho más de lo que da a cambio. A algunos, al menos. A otros les da y les da sin pedir nada a cambio, pero como no me tocó en ese circo, es mejor que ni lo piense.
En mi circo no se está tan mal. A poco que pases por dos o tres aros te dan de comer y hasta alguna caricia en el lomo. Cambian la paja de mi jaula de ciento a viento, pero no me importa porque me gusta mi olor. Alguna vez viajamos a otra ciudad a montar el circo para niños nuevos; eso sí que me gusta. Parece que elijo pero sé que es el jefe de pista, mi domador, quien al final decide cómo será el número y cuánto ha de durar. Al menos sé que siempre me quedarán mis fauces para defenderme si un día me siento atacada. O la firme musculatura de mis garras, que me habrán de llevar muy lejos el día que me canse de vivir en el circo y quiera volver a la selva. Pero tendré que buscarla bien porque me han dicho que muchos volvieron malheridos y decepcionados porque la vida en libertad pilla muy lejos y es demasiado dura para el blando cuerpo acostumbrado a caprichos del animalico de circo.
Yo la carne cruda me la como; mi cuerpo está cocinado a fuego lento.

jueves, 16 de agosto de 2007

veinte años no es nada

Supongo que a todos nos pasa lo mismo con esto de las vacaciones, que duren lo que duren siempre se hacen cortas. Estoy sentada dentro del edificio del ayuntamiento porque en los bancos de piedra de la plaza se me congelan los dedos... en el Pirineo el verano acaba aún más pronto. Eso aún no ha cambiado con esto del cambio climático, lo que sí ha cambiado es la comunicación; no hubiera nunca soñado internet inalámbrica en la plaza de Ansó. Me quedan tres días de vacaciones y no he tenido bastante. Quiero más tiempo para mi. Me gusta. Me sienta bien.Me llega el barullo de la chiquillería en la plaza, los botes de un balón y los coros desafinados y desacompados de un número incierto de niñas que aúllan, más que cantan, "Volver, con la frente marchita... sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada". Es tan gracioso oirlas cantar esta canción cuyo contenido no alcanzan a entender... o sí. Yo creo que cuando era pequeña sí era muy consciente de que la vida es un soplo y que veinte años no eran nada, pero supongo que lo mío era más bien un mecanismo de defensa. No superan los 10 años y cantan con pasión que veinte no son nada. Cuando el verano dura tres meses, veinte años es una inmensidad. Cuando las vacaciones duran 15 días, veinte años vuelan entre los dedos como una pluma, que se pierde despacio en el tiempo, en el espacio.