jueves, 29 de mayo de 2008

las lluvias están cabezotas


He puesto esta preciosa foto en mi escritorio. Suena Kids, de MGMT. Me invade la ternura cada vez que cambio de programa y me la encuentro mirándome con desparpajo, vuelvo a sentir el peso calentito de mi sobri jugando al circo encima de mi pobre cuerpo siesteante. Me huele a lapicero y a piel de naranja, que por algún extraño motivo es el olor que desprenden los niños cuando sudan. Es el olor de la vida que anuncia mil sorpresas, como si todo el año fuera verano.

Mañana es el último día de llegar al curro a las 9 y veinte. El lunes empezaré a llegar a las 8 y veinte. Hombre, mejor si llegara a las 8, pero como eso no va a pasar, ¿para qué ponerme metas inalcanzables y augurarme un fracaso seguro? No me quiero tan mal. Ya lo dije un día, a veces, me quiero. Y a veces me quiero tirar de un puente... pero no lo hago que me da miedo hacerme daño.
Empieza el "horario de verano" (léase con voz profunda y un chán-chán-chán de fondo).
Pero miro el tiempo en la pantalla de información del ordenador y sólo salen esas terribles líneas de agua que salpican en la pantalla, salpican mi mirada y la entristecen de inmediato. Jolines, no lo entiendo, tendría que estar haciendo mucho mejor tiempo, me lo merezco; a mí me luce Lorenzo por dentro que deslumbra, chico. E insisto, a mi la milonga esa de que es bueno que llueva no me ha convencido nunca, que llueva encima del embalse y del campo, pero en la ciudad es una mandanga: retrasa las obras de la Expo, ensucia las calles, atora las alcantarillas y, encima, me moja el falso techo de madera. Ay, que las goteras de mi piso y de mi espalda, paarece que no hay quien las cierre.
Al menos, agradezco infinito que entre nubarrón y nubarrón luzca un sol cabezota sobre mi cabeza aún más dura. Inasequible al desaliento, el tiempo corre a mi favor (homenajes a la pirada de mi madre, que a veces da en el clavo cuando me define), y continuo haciendo planes porque tengo que aprovechar mis seis meses de vida antes de que el invierno me encierre en mi cueva de nuevo. A ver si despeja un poco, que ya tengo ganitas de empezar a terracear hasta las tantas, de sentir que el tiempo es mío y que puedo hacer con él lo que quiera...
Ah! y me he apuntado a lo de bizi zaragoza (<-clica), por eso de que las bicicletas son para el verano.
Si es que aquí el único que no se ha enterado de que es verano es el clima, que el pobre con esto del cambio climático no sabe por dónde le sopla el viento.

miércoles, 14 de mayo de 2008

happy ending

Bueeeeno, pues yo en mi estilo, mil cosas a la vez... córtalas en trocitos, añade un poco de canela, un yogur, una galleta, un poco de leche y a la batidora. Me encantan los batidos. Alimentan y no frenan. Como mi vida misma...
Se asoma tras la puerta la mirada maliciosa de una traca de cambios a punto de comenzar su danza enfermiza de estallidos a mi alrededor, y yo me quedo aquí en medio, sentada pero sin cruzar las piernas –por si hay que salir corriendo– mirándolo todo con ojos de curiosidad y escepticismo... y sólo me sale reirme, ¿qué voy a hacer?
Ya está bien así. Tampoco es plan de aburrirse, que para eso ya habíamos quedado en que siempre hay tiempo. Además, como siempre, me sonríe la suerte y me lanza su regalo envenenado de cara al verano, cuando el sol, el calorcito y el cielo azul me fortalecen y me hinchan el pecho de carcajadas para todos los gustos, situaciones y sensaciones. Cuando me convierto en un gigante que recorre mi mundo interior con las botas de mil leguas y bebe sin miedo de las aguas del conocimiento más escondido, rueda por las laderas de la incertidumbre como una avalancha y sube a su inseguridad al escenario del escarnio público. Cuando todo me importa un poco un pepino.
De verdad que a veces me sorprende mi buen humor, me veo incapaz de no verle el lado positivo a las cosas. No quiero decir que no me tome en serio los problemas o las situaciones complejas, es sólo que siento que todo tiene solución y que buscarla forma parte del proceso más interesante que conozco, el de aprender. Cuando sucede algo que me contraría y parece que me quiero agobiar, sopla una brisilla e instantáneamente como que lo voy viendo de otra manera; sopla otra volada y empieza a tener mucha mejor pinta; sopla un tercer airecillo insignificante y ya siento que todo saldrá bien seguro, que aprenderemos cosas, que se plantearán nuevas y estimulantes situaciones... va a ser tan divertido!
Esto de vivir es la leche.
Vamos que creo a pies juntillas en el "happy ending", haga lo que haga, no lo puedo evitar.
Y tampoco es que lo intente mucho.
Sería de tontos.
Lleva lloviendo a cántaros toda la semana y el cielo encapotado se niega a darle tregua a mis ojos. Pero me da igual porque esta luz me los pone entre gris y verde, que queda muy bonito, y tengo las baterías con carga más que suficiente para ir tirando hasta el fin de semana. Ya pueden caer chuzos de punta que voy a ser feliz como una perdiz, rebozándome en los bellos recuerdos de mis "domingos infinitos", saltando de cabeza a la piscina del buen rollito de los regresos esperados, abrigándome con el manto de comprensión de la amiga del alma...
Si es que, si no fuera feliz, sería de cárcel!

lunes, 5 de mayo de 2008

me gusta ser críptica

Presenté este micro relato a un concurso... pero no gané.
Da igual, me lo pasé bien imaginándolo. Y me vino bien también el ver que todavía soy capaz de inventar un relato y darle forma en media hora. Observo que sigo disfrutando con las imágenes un poco crípticas, los ambientes oscuros... estas cosas tan mías.
Agradezco comentarios... ;P


LA MUDANZA

Cuando nos mudamos supe que todo había acabado. Dejamos todo por ella. Pasé de ser un tipo respetado a un donadie sin vida social ni otra ocupación que estar en casa, esperando que llegara del trabajo. Culpé del distanciamiento a sus compañeros, comerciales que pasaban el día de bares, pavoneándose, humillándose entre sí. Pasaba las horas sólo, incapaz de ir a una cama sin ella, rabiando de celos, sintiéndola cada vez más lejos. Enloquecía las noches de insomnio. Odiaba su nueva vida, su nuevo trabajo, no estaba dispuesto a perdela; era mía, siempre lo había sido. Un día la ataqué. Logró calmarme, llorando, me dio mil besos y manchó mi cara con su sangre. Pero esos malditos la acechaban como perros de presa; podía olerlos en su piel cuando volvía. No podía soportarlo. Ciego de ira, esperé a que durmiera y, como un salvaje, mordí su cuello. Despertó intentado desasirse de mí. Su sangre brotaba entre mis labios. Cayó al suelo. Yo junto a ella, llorando. Al fín la tenía a mi lado. Decidí dejarme morir allí mismo. Días más tarde, los bomberos echaron la puerta abajo. No pude ni levantarme. Lo último que oí fue: “llevaos al chucho”.