martes, 18 de septiembre de 2007

lucha de titanes

Soy incapaz de cambiar la cara. Mira que lo intento, porque tampoco me divierte que nadie pueda andar poniendo un pie en mi intimidad, asomándose a mi estado de ánimo. Además me agobia que la gente me pregunte qué me pasa. Claro, como soy la alegría de la huerta, el día que no voy regalando sonrisas, choca. Pues ni tanto ni tan poco.
No soy la alegría de la huerta, simplemente me siento más cómoda mostrando una cara amable porque tiene una doble utilidad. Por un lado me ayuda a sacar de los demás su mejor cara y me hace más fácil el tortuoso camino diario por este bosque humano que es la sociedad… a veces selva, a veces páramo. Por otro lado me permite sutiles escapadas de situaciones embarazosas, lo cual es especialmente útil cuando una las busca aún sin querer. Que es mi caso.
Pero hoy ni tengo ganas ni tengo fuerzas para andar poniendo esa sonrisa de niña feliciana que tan cómodos parece hacer sentir a mis semejantes. Sufre una de las personas a las que más quiero del mundo, una mujer que ha sido, es y será para mi siempre un referente. Y no puedo creer que esta vida maravillosa pueda acabar, y otras tantas continúen sin ofrecer nada a cambio. Ya sé que no hay un sentido concreto para la existencia, pero cuesta aceptar que tampoco haya ninguna otra cosa, ni justicia ni injusticia. Es desesperante que todo esto sea tan aleatorio.
No voy defender discursos generalistas, no voy a tirar por la salida simplista. No me voy a poner ahora a patear recursos agotados ni a recurrir a dioses ni creencias que nada tienen que ver conmigo. Como el típico jovenzano pseudo-activista con escasos conocimientos técnicos de cómo funciona realmente el mundo, que acaba siempre con la facilona excusa de que los americanos tienen la culpa de todo y que se habían ganado el 11 S. Es fácil encontrar demonios tras cada traspiés. No voy a lanzar mi amargura contra las aspas del ventilador de la culpa ajena porque ya aprendí que no resuelve los problemas sino que los oculta de uno mismo. No voy a quejarme de la injusticia de la vida porque por desgracia no hay juez ni ley que controle nuestros destinos inmundos. ¿Qué me queda hacer?
Supongo que rasgarme las vestiduras, como dirían los clásicos.
O decirle a Isabel que es una de las mujeres más valientes, entregadas e inteligentes que he conocido jamás. Que con sólo significar para mi sobrina una enésima parte de lo que ella significa para mí, cumpliría las expectativas de toda una vida. Decirle, al fin y al cabo, que si ella no hubiera existido en mi vida, yo sería otra persona. Seguramente más estúpida. Que su presencia siempre ha supuesto para mi un aliciente, un sueño, la ilusión tangible de que se podían hacer millones de cosas mágicas en la vida.
La niña que descubrió qué era el EZLN y ETA a través de las pegatinas de un armario, que pasaba horas muertas soñando, recorriendo los incontables objetos traídos de sitios lejanos que se alineaban en estanterías que, lejos de estar prohibidas, estaban allí para nosotros, descubrió que hay que saber de todo, verlo todo, aprender y compartir. Cuando dormía en su habitación, soñaba que era ella, que recorría el mundo con la mente abierta y la seguridad de una mujer resuelta e independiente, llena de amor y generosidad hacia los demás. Me imaginaba libre, como yo la veía a ella. He vuelto miles de veces mis ojos hacia ella, hacia su ejemplo. Es cierto que con los años descubrimos que no todo es siempre lo que parece y convertir a una persona en un icono es complicado, pero es, sin duda, uno de los iconos que mejor parados ha salido de la triste realidad.
Dudo entre la pena y la rabia. No sé qué sentir. Me encantaría decirle todo esto. Pero no sé cómo. Se ha iniciado una lucha de titanes. En esta guerra las armas son las ganas de vivir y la firme decisión de que uno quiere hacer cualquier otra cosa más. Siento que alguien ha puesto en marcha una siniestra cuenta atrás y vamos todos, mirando por encima del hombro, caminando hacia delante a marchas forzadas, perseguidos por un demonio invisible. Y yo estoy, como siempre, observando el mundo desde mi rincón, lanzando al ruedo a mi marioneta, que no siempre hace lo que yo desearía que hiciera.