martes, 26 de febrero de 2008

caminín caminando

Parece que despacio y con dudas, pero el cielo quiere al fin mostrar su cara más amable.
Conforme avanzan los días el blanco del cielo intenta ser menos opaco. El azul reflejado del mar quiere tenderme su mano porque sabe que le necesito. Bastante tengo con tener sus saladas aguas lejos, con perder su aroma en mi piel, con no tenerle rozándome y dejándome pegajosa a cada paso... bastante es... que el azul de mis ojos no pueda apoyarse en su regazo.
Se están volviendo grises, tan opacos que no reaccionan ante la luz y mis retinas se queman con los rayos de maldad que expulsa esta niebla maldita, atascada en el cielo, como la sangre que corre por mis venas, espesa, que amenaza con lanzarse a la huelga y abandonarme a mi suerte.
¿Dónde está el Cierzo que haya de arrancar estos apestosos jirones de invierno de las ramas de los árboles? ¿Porqué no viene a elevarme por los aires, y a agitarme, y a herirme con su rabia contenida, a hacerme sentir viva? ¿Qué me demostrará hoy que respiro y continuo latiendo si me hundo en las arenas movedizas de la apatía y soy incapaz de levantar mis brazos? ¿Cómo respiraré si mi boca se llena del barro negruzco de la Nada que acabó con Fantasía? ¿Quién me dará un nuevo nombre?
No soporto el blanco en el cielo. Es el color de la muerte.
Pero intuyo la llegada de otro sabor más dulce, el de los días soleados que me regalen sonrisas fáciles y me demuestren que, a pesar de parecer quieta, he avanzado un poco en el camino. Cuando pueda mirar a mi alrededor y ver que lo que me rodea ha cambiado, me sentiré un poco menos débil. Podré caminar más rápido, sé que sentiré mi cuerpo más liviano y, como tantas veces, me daré cuenta de que mis sentimientos negativos sólo me tapan los ojos... ni siquiera consiguen atar mis pies y frenarlos. Aunque no pueda verlo en esta luminosidad cegadora, caminín caminando, voy avanzando.
¡Jódete inverno, este año te robé un mes y no vas a poder recuperarlo!

martes, 19 de febrero de 2008

las melodías de mi alma

Mi alma, otra de esas extrañas con las que comparto cuerpo.
No me preguntes porqué, el nombre se lo puso ella.
Ahora se ha empeñado en que quiere dar su opinión.
Habrase visto.
Pero chico, hoy no tengo el día para llevarle la contraria a nadie.
Estoy un poco intratable.
Así que le he hecho un hueco arriba a la derecha y he conseguido que se calle un rato.
Ha durado poco ese rato.
Resulta que mi alma no habla, canta.
Puedes dejarle cantar a su aire o preguntarle cosas.
Se va a quedar aquí con nosotros.
Si te agobia, sólo tienes que darle al botón de "pause"...
Sin más.

lunes, 11 de febrero de 2008

¿quién me pone la pierna encima?

Cinco meses de dolor amenazan con derrumbar mi infranqueable voluntad.
A estas alturas no me creo que esto sea un lumbago. A estas alturas no creo en la medicina tradicional. A estas alturas no concibo qué diantres pasa conmigo. ¿Alguien me ha echado mal de ojo?
Nunca pensé que existía realmente el límite de este cuerpo. Parecía tan fuerte y tan manejable. Tanto que no había tenido la necesidad de tenerlo presente hasta ahora. Alejada de las tesis de Platón, mi cuerpo no era una cárcel sino un excelente vehículo para los deseos de exploración de mi alma inquieta.
Sin embargo últimamente todo parece girar en torno a mi estado físico. De un tiempo a esta parte, es un no parar. Todo comenzó con un inoportuno resbalón, corriendo tras el bus a Zaragoza, en el otoño del 2005. Lo que normalmente no hubiera sido nada, dada mi fuerte naturaleza, insospechadamente resultó ser un esguince de rodilla. Tras éste, el lanzamiento de una puerta acristalada de supermercado por parte de un ama de casa enrabietada por mi lentitud, me regaló una fisura en un dedo. Extraña broma del destino, una irregularidad en el asfalto, sumada a un coche mal aparcado y mis reflejos ralentizados, me trajo la que pensaba que sería la lesión que iba a marcar el final de una época un poco ceniza. Cerré "al más puro estilo bucanero" un ciclo porque a mí me dio la gana. Pero no fue así, una invernal rotura de tímpano que me ha dejado un sordo regalo y un torpe esguince primaveral quisieron unir la recuperación de una lesión con la llegada de la siguiente. No voy a decir que esta última haya de ser la última (valga la rebuznancia) porque prefiero no entrar en terrenos farragosos. Pero esto ya se pasa de castaño oscuro.
Yo tengo paciencia y pundonor, como los jugadores de fútbol clásicos, pero maldita sea "¿quién me pone la pierna encima?"...

jueves, 7 de febrero de 2008

a veces me quiero

Últimamente participo en la organización de innumerables despedidas. Ninguna es la mía.
Yo me despido de mí cada noche, cuando voy a dormir, de la persona que fui el día anterior con la esperanza de encontrarme renovada a la mañana siguiente. No suelo hallar una gran diferencia, aunque si vuelvo la vista atrás en el tiempo, observo claros cambios.
Pero no quería hablar de esto.
Recuerdo perfectamente las dos veces que me fui. La primera fue genial, la despedida la organicé yo misma, no me iba a gustar! Gasté casi todo el dinero que ahorré en un verano haciendo pizzas y kebabs en Manchester en invitar a mis cercanos en un bar, después me llevé a mi familia nuclear a las fiestas de mi pueblo. Un plan inmejorable.
La segunda fue rara. No tenía nada que celebrar ni me apetecía despedirme de nadie en concreto. Lo único que deseaba era pirarme de una maldita vez y no volver más a este apestoso agujero. Iniciar una nueva vida, mudar mi piel, olvidar lo olvidable y recordar lo poco que pude aprender. El extraño año (ensaño/tacaño/... maño) que sucedió entre mis dos huídas ha quedado borroso, estancado, sus aguas se han vuelto verdes y el fondo ha quedado oculto.
Pero tampoco quería hablar de esto.
Hoy me planteo qué hago aquí a diario. A veces tengo respuesta, a veces no. A veces me gusta lo que me cuento, a veces no. A veces tengo dudas, a veces no. A veces me siento orgullosa, a veces no. A veces me quiero... a veces no.
A veces no sé ni de qué quiero hablar.
Siento que estoy temporalmente colocada en este estante. Esperando a que construyan otro mueble donde situarme.
No sé si es este invierno infinito, que reblandece mi cerebro y me hace aún más débil.
Por suerte la temporada de nieblas terminó. No me dejaba ver nada.