jueves, 27 de diciembre de 2007

bajo un cielo blanco de polígono

Regresé el domingo por la noche. Ya soy un moco con patas. Maldito invierno.
El cielo vuelve a reflejar mi estado de ánimo en su opacidad inexcrutable.
Escucho Arvo Pärt. Avant-garde de Estonia.
No he organizado mis fotos.
Guardé en un sobre mapas, billetes y tarjetas de visita.
No he mandado ninguno de los prometidos mails a mis dulces sorpresas del viaje.
Tan siquiera me he ocupado de recuperar mis tarjetas de crédito y sanidad que entregué en involuntaria, a la par que bella, ofrenda al Atlántico, mientras éste acariciaba con contenida fiereza mis pies socarrados.
El único soplo de vida en estos días borrosos es la presencia de un ensortijado cabello rubio de mi sobrina en mi jersey negro. Como mis pupilas.
Mi moreno se despega de mí como esta pausada apatía, despacio y por trozos.
A veces es mejor tomarse un tiempo para sentir las cosas.
Trazos de recuerdos y recuerdos que trazo.
Cuento los días que pasan a mi lado para no perder la cuenta de por dónde ando. Aún no lo he logrado.
Tampoco es tan indispensable.
Alimentaré mi espacio vacío con la final de Gran Hermano.
Será como tender un cable de cero a uno en el espacio infinito. Unirá la nada con lo que no existe y creará un lugar donde ocultar mi desmesurado vacío, donde ya no cabe nada más, ni menos.
Sé que volveré a encontrarme.
Probablemente cuando escampe la niebla.


Mis pies
socarrados
frente
al océano
ladrón

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