lunes, 11 de febrero de 2008

¿quién me pone la pierna encima?

Cinco meses de dolor amenazan con derrumbar mi infranqueable voluntad.
A estas alturas no me creo que esto sea un lumbago. A estas alturas no creo en la medicina tradicional. A estas alturas no concibo qué diantres pasa conmigo. ¿Alguien me ha echado mal de ojo?
Nunca pensé que existía realmente el límite de este cuerpo. Parecía tan fuerte y tan manejable. Tanto que no había tenido la necesidad de tenerlo presente hasta ahora. Alejada de las tesis de Platón, mi cuerpo no era una cárcel sino un excelente vehículo para los deseos de exploración de mi alma inquieta.
Sin embargo últimamente todo parece girar en torno a mi estado físico. De un tiempo a esta parte, es un no parar. Todo comenzó con un inoportuno resbalón, corriendo tras el bus a Zaragoza, en el otoño del 2005. Lo que normalmente no hubiera sido nada, dada mi fuerte naturaleza, insospechadamente resultó ser un esguince de rodilla. Tras éste, el lanzamiento de una puerta acristalada de supermercado por parte de un ama de casa enrabietada por mi lentitud, me regaló una fisura en un dedo. Extraña broma del destino, una irregularidad en el asfalto, sumada a un coche mal aparcado y mis reflejos ralentizados, me trajo la que pensaba que sería la lesión que iba a marcar el final de una época un poco ceniza. Cerré "al más puro estilo bucanero" un ciclo porque a mí me dio la gana. Pero no fue así, una invernal rotura de tímpano que me ha dejado un sordo regalo y un torpe esguince primaveral quisieron unir la recuperación de una lesión con la llegada de la siguiente. No voy a decir que esta última haya de ser la última (valga la rebuznancia) porque prefiero no entrar en terrenos farragosos. Pero esto ya se pasa de castaño oscuro.
Yo tengo paciencia y pundonor, como los jugadores de fútbol clásicos, pero maldita sea "¿quién me pone la pierna encima?"...

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