jueves, 7 de febrero de 2008

a veces me quiero

Últimamente participo en la organización de innumerables despedidas. Ninguna es la mía.
Yo me despido de mí cada noche, cuando voy a dormir, de la persona que fui el día anterior con la esperanza de encontrarme renovada a la mañana siguiente. No suelo hallar una gran diferencia, aunque si vuelvo la vista atrás en el tiempo, observo claros cambios.
Pero no quería hablar de esto.
Recuerdo perfectamente las dos veces que me fui. La primera fue genial, la despedida la organicé yo misma, no me iba a gustar! Gasté casi todo el dinero que ahorré en un verano haciendo pizzas y kebabs en Manchester en invitar a mis cercanos en un bar, después me llevé a mi familia nuclear a las fiestas de mi pueblo. Un plan inmejorable.
La segunda fue rara. No tenía nada que celebrar ni me apetecía despedirme de nadie en concreto. Lo único que deseaba era pirarme de una maldita vez y no volver más a este apestoso agujero. Iniciar una nueva vida, mudar mi piel, olvidar lo olvidable y recordar lo poco que pude aprender. El extraño año (ensaño/tacaño/... maño) que sucedió entre mis dos huídas ha quedado borroso, estancado, sus aguas se han vuelto verdes y el fondo ha quedado oculto.
Pero tampoco quería hablar de esto.
Hoy me planteo qué hago aquí a diario. A veces tengo respuesta, a veces no. A veces me gusta lo que me cuento, a veces no. A veces tengo dudas, a veces no. A veces me siento orgullosa, a veces no. A veces me quiero... a veces no.
A veces no sé ni de qué quiero hablar.
Siento que estoy temporalmente colocada en este estante. Esperando a que construyan otro mueble donde situarme.
No sé si es este invierno infinito, que reblandece mi cerebro y me hace aún más débil.
Por suerte la temporada de nieblas terminó. No me dejaba ver nada.

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