Iba caminando por un bosque de frondosa vegetación acompañada de mi amigo el ciervo, cuando nos cruzamos con un salvaje lobo blanco. Instintivamente di un paso atrás, pero su figura me despertaba sentimientos encontrados. Por un lado, un lobo salvaje no es precisamente el típico animal del que confiar. Pero por otro lado, la mirada azul y limpia de sus ojos clavándose en los míos contrariaba mi razón. Algo me impulsaba a acercarme a quien, en la lógica, era un enemigo natural. Pero yo tampoco sigo los designios, las rutinas, lo sobrentendido de mi especie. Tópicos. Nunca los he compartido, me entretengo en pisarlos para demostrar su absoluta inutilidad. Eso fue lo que me atrajo de ese lobo blanco, la sensación de que existía en él un mundo interior que yo comprendía. Lo aprendido y lo aprehendido, que no son lo mismo. La lucha contra un mundo exterior inhóspito, la batalla contra un demonio interior, la guerra continua que te aparta del mundo y hasta de ti mismo. Ese nexo común que sin saber porqué, sabía que existía. Mi amigo el ciervo me observó. "Es amigo mío", me dijo. Y seguimos nuestro camino.
Otro dia, observé al lobo blanco por entre la maleza, desde donde no podía verme. Caminaba por una senda, olisqueando flores y admirando la belleza de la naturaleza. Una ardilla cayó del árbol donde se ocultaba a los pies del sorprendido lobo. Él la miró, la olisqueó. El pobre roedor se protegía hecho una bola, temblando. El lobo giro su cabeza, elevó una ceja y continuó su camino. No me sorprendió, yo siempre supe que su actitud de lobo salvaje era poco más que una pose de defensa, y que bajo su fiereza se escondía un alma sensible. A veces coincidíamos con otros animales a beber en las charcas y yo le miraba de reojo, a sabiendas de que él no se había percatado de mi presencia en el bosque, pues yo me mantenía bajo las faldas del ciervo, sin mezclarme mucho con la manada. Pensaba cómo haría para acercarme a entablar amistad con él. Cómo iba un lobo blanco a querer ser amigo de un insignificante y estúpido saltamontes. Yo le veía hablar con el ciervo, con la gineta, con la serpiente, con los zorros... pero cada día me sentía más cercana a él.
Un día el ciervo se cansó de mis inseguridades y me obligó a tratar con los otros animales. El lobo, que siempre había llamado tanto mi atención, pasó a un segundo plano. Eran tantos los animales que ahora paseaban conmigo por el bosque, que no tenía tiempo de plantearme el acoso y derribo de los sistemas de defensa del lobo blanco para llegar hasta él. Ese acercamiento sucedió de una manera natural.
El lobo blanco y yo nos tomamos mucho aprecio, los dos intuíamos ese punto en común, ese mundo interior oculto, esa fachada protectora. Pude poco a poco acercarme a todos los animales, uno a uno. Descubrir la increíble belleza interior del zorro, la tierna inseguridad de la serpiente... y el lobo fue dejando caer sus barreras, aunque siempre con un ojo puesto en su espalda, pues como buen lobo, jamás baja la guardia, siempre atento a lanzar su ataque antes de ser atacado. Yo también, presta a saltar a otra rama antes de que cruja la actual.
Mis patas saltarinas me llevaron de bosque en bosque, pero en las noches de luna llena, subía hasta el más alto árbol y lanzaba al aire mensajes para mis queridos amigos de aquel bosque montañoso tan añorado. Ahí fue cuando, ocultos en la oscuridad de la noche, me llegaron los más profundos y sinceros mensajes de mi amigo el lobo blanco. Sin necesidad de aclarar términos ni definir escenarios concretos, siempre supimos que nos entendíamos el uno al otro. Que nos queríamos incluso antes de poder considerarnos amigos.
Hoy día considero al lobo blanco uno de mis mejores y más valiosos amigos, no necesitamos beber de la misma charca ni cazar juntos para sentirnos unidos. Siendo él un lobo y yo un saltamontes, sabemos que nos entendemos porque en muchas cosas nos parecemos. Sólo que él aúlla en las noches de luna llena y yo rasco mis patas contra mi abdómen en época de celo.
El tiempo pasa para ambos, pero lejos de separarnos, va creando un universo común en el que nos comunicamos aún sin decirnos nada. Disfruto de verle pasear por el bosque y de compartir algún paseo con él. De nuestros mensajes a la luz de la luna. De las imágenes que desprenden sus sueños convertidos en aullar nocturno. De ir aprendiendo cómo es y cómo soy yo.
Cualquiera hubiera dicho que un saltamontes y un lobo blanco no pueden ser amigos. Pero ese mismo cualquiera no puede ver el mundo interior y la sensibilidad extrema que oculta el lobo tras sus fauces, ni puede intuir la inteligencia del saltamontes asustadizo que va de rama en rama, atronando la tarde con su incansable rascar de patas.
Hablar idiomas distintos, no implica ser diferentes. Igual que parecer una cosa, no implica serla. Sólo hay que tener una mente abierta para entender el lenguaje del otro y paciencia para observar y aprender de los animales que nos rodean.
Nightswimming, remembering that night, September's coming soon. I'm pining for the moon. And what if there were two, side by side in orbit, around the fairest sun?
That bright, tight forever drum could not describe nightswimming.
You, I thought I knew you. You, I cannot judge. You, I thought you knew me, this one's laughing quietly, underneath my breath. Nightswimming... deserves a quiet night...
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2 comentarios:
Ay qué bonico el cuentecico, se me ha encogío to!! y con el nightswimming de fondoo!
Por cier, en la compileishon que me mandaste el otro día en el mixwit no se oye la de los Smiths..O no sé qué pasa, porque la primera que se oye es la de los Housemartins.
Mi nena, nos vemos en un par de semanicas!!
Rous
Seguro que es la luna llena más hermosa del mundo de los cuentos.
Gracias, saltamontes.
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